viernes, 11 de enero de 2008

La obsesión del camino rojo

Superadas las "contrariedades técnicas" que han mermado la periodicidad de escritos de este blog, me dispongo a dar cuenta de la perplejidad en la que me tiene sumido una situación banal, a la par que molesta, que se repite periódicamente. Sé que algunos de los lectores de este blog son profesionales de la psicología, por lo que les ruego que intenten encontrarle una explicación racional -si la hay- al hecho que narro a continuación.

Una de mis grandes aficiones es la bicicleta, y aunque ni mucho menos soy habilidoso en su manejo como para aventurarme por según qué vericuetos, rara vez me privo de una veintena larga de kilómetros cada sábado o domingo. Mi ruta habitual suele discurrir por los caminos agrícolas que todavía unen las poblaciones de El Prat y Castelldefels, en Barcelona. Me cruzo con otros ciclistas, personas haciendo footing y algún que otro tractor que en nigún caso suponen un obstáculo.

Sin embargo, cuando circulo por los escasos 400 metros de carril bici de la zona de Gavà-Mar, perfectamente pintados de rojo y bien diferenciados de la acera anexa de nueve metros de ancho, no hago más que encontrarme con peatones, parejas con carritos de bebé o señoras con carros de la compra. Da igual que tengan libre toda la acera y parte del cosmos. Ellos circulan por mi pequeña pista roja, como si ésta tuviera raíles o un mecanismo similar al de las cintas transportadoras que les hubiera de llevar más rápidamente a su destino. La experiencia se repitió hace poco en Vilanova, por una calle también dotada de un carril bici para cada sentido de la marcha.

No sé si existe algún tipo de patología inconsciente relacionada con el hecho de estar acostumbrados a que nos dirijan, a que nos marquen el camino constantemente, y por ello mucha gente interpreta esa pequeña porción de acera pintada de rojo y delimitada por dos líneas blancas como "la" dirección correcta. Van hacia la zona roja como atraídos por un imán. Me miran extrañados cuando oyen el roce de la pastilla de freno de mi rueda trasera. Miran al suelo antes de decidirse a abandonar su camino bermellón para dejar paso al vehículo que sí ha de circular por él. Aunque al final lo hacen, se apartan con pesar.

Es viernes y quizá desvarío. Pero mañana toca ruta ciclista y, por si acaso, voy a ajustar bien las correas de mi casco.

1 comentario:

Miguel Ángel Raya Saavedra dijo...

Me doy por aludido!

A ver, creo que si la cantidad de ciclistas fuese más grande, la gente no ignoraría los carriles bici. La idea sería, a mayor sensación de peligro más respeto.
Desde luego, no creo que sea cuestión de ningún deficit neuronal, cognitivo ni nada, sino que "es que casi no pasan bicis, y el espacio queda desaprovehado!"
De todas maneras, y sin ánimo de provocar, si la bicicleta es u vehiculo, porque no circula por la carretera como el resto?