Creo que pocas personas están más descolocadas que yo cuando en un grupo se inicia una conversación sobre fútbol. Este deporte no me merece el más mínimo interés. En cambio, sí me interesan, por la indignación que me producen, los daños colaterales que se derivan de ciertos encuentros. Primer ejemplo: Barcelona, 5 de noviembre. Aficionados escoceses del Glasgow Rangers -borrachos como cubas- provocan altercados por todo el casco antiguo. El segundo: Madrid, 30 de noviembre. Batalla campal entre hinchas -escoceses otra vez- del Aberdeen y del Atlético de Madrid.
A ver si los ayuntamientos de Hereu y Gallardón se atreven a enviar a los clubes escoceses la factura de los servicios públicos de emergencia, limpieza y seguridad desplegados esos días para controlar el salvajismo de sus hinchas. Entonces nuestros gobernantes locales demostrarán ser coherentes y valientes con la aplicación de las ordenanzas cívicas. Imagino que antes, eso sí, tendrían que permiso a la patronal de hostelería y restauración, que llena sus arcas a la vez que las venas de estos neobárbaros se llenan de cerveza.
1 comentario:
No quiero parecer un provocador, ¿pero te imaginas qué habría sucedido si en lugar de ser hinchas escoceses meando en la estatua a Lluis Companys hubiesen sido ultras del Real Madrid?
Un abrazo
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