Qué queréis que os diga, pues en parte me alegro de que este 12 de octubre haya caído en domingo y apenas se haya notado el carácter festivo de este nuestro patrio día. Porque hay aspectos de la "Hispanidad" que deberían darnos vergüenza. Esa Hispanidad que, según nuestro monarca, nunca fue impuesta, supuso hace cinco siglos el sometimiento, cuando no el exterminio, de pueblos enteros. En contra de la idiotez soltada por el jefe de los Borbones, la lengua de nuestro otrora imperio ha sido impuesta hasta hace bien poco por personajes que, también hasta hace bien poco, gozaban de estatua ecuestre en la capital del reino.
La Hispanidad fue la macabra consecuencia del loable descubrimiento de un nuevo continente -al que ya habían llegado otros marinos, pero sin la fortuna del patrocinio Realcatólico-. La nueva tierra -y sobre todo, los metales dorados de sus pobladores- fueron el reclamo para codiciosos de la calaña de Pizarro o Cortés, que -éstos sí- aún gozan de estatuas y placas en no pocas ciudades españolas, sobre todo extremeñas, de donde eran oriundos.
Ensalzar la "Hispanidad", con todo lo que les supuso este maldito concepto a los indígenas americanos, es tan macabro como si se creara una fiesta de la energía atómica cada 6 de agosto, coincidiendo con la efeméride de la criminal bomba sobre Hiroshima -el mayor atentado terrorista de todos los tiempos-.
No me extraña que una parte del desfile militar -por una vez, coincido con Rajoy, es un coñazo- lo encabece una cabra. Ni que lo presida un burro.
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