Con esto de la crisis inmobiliaria, a los medios les ha dado por hablar de los pisos que no se venden. Si hace cinco años las hormigoneras trabajaban a ritmo de máquina de churros y había cola para comprar ladrillos, hoy los que se forran son los que imprimen rótulos de "Se vende". Y lo que pasa es que no se vende.
En los últimos días, un reportaje en televisión (Cuatro) y dos más en la prensa escrita (El País, Expansión) se han centrado en el fenómeno Pocero, don Francisco Hernando para más señas, constructor hecho a sí mismo pero apoyado en los cimientos del más puro estilo Jesús Gil. Se atribuye este buen hombre -y una estatua lo atestigua- el mérito de proyectar un conjunto residencial en el desértico terreno de Seseña (Toledo). Paco El Pocero debió de pensar que lo de prever abastecimiento de agua para su urbanización en un pueblo que sufre restricciones cada verano era un tema que ya se resolvería cuando fuese. Por eso, entre otras cosas, el ayuntamiento de la localidad -¡cómo se atreve, con el trabajo que ha dado este buen hombre!- ha puesto mil trabas a "Pocerolandia".
Inexplicablemente, el complejo se inauguró -una vez acabada la estatua de don Paco, claro- y ahora resulta que de las 13.500 viviendas construidas sólo se han vendido 2.500, pero únicamente hay 750 personas censadas en la urbanización. La explicación es sencilla y sólo hay que buscarla en la asquerosa avaricia que muchos visten con los eufemismos "mejora" y "ambición". Muchos de los pisos de "Pocerolandia" los han comprado señoritos bien de chalé en la sierra, con la idea de revenderlos por el doble de precio en unos años. "Pocerolandia" no era una solución para el problema de la vivienda, sólo una inversión más.
El globo inmobiliario por fin ha reventado en las narices de muchos especuladores, grandes como El Pocero pero también pequeños como el hijo de la Pepi, que se compró dos pisos y no sabe qué hacer con ellos. Esos que esperaban endeudar a otros ahora se ven deudores con los bancos, que encima con la crisis de Estados Unidos no están para hostias y te dicen que te vayas a Cofidis si quieres un préstamo.
Y no me dan pena, no.
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