jueves, 10 de noviembre de 2011

Cacaolat y los condenados a la burbuja

"El mercado de trabajo necesita más reformas"; "la situación actual no genera confianza";
"hay que dar facilidades a los emprendedores para animarlos a invertir"; "cuanto más fácil sea despedir más fácil será contratar"... La retahíla puede ser interminable. Pero siempre llega el día en que los hechos superan la ficción apocalíptica que los sectores más conservadores de la política y la empresa nos quieren implantar aprovechando la crisis.

En estos tiempos en los que parece que un empresario ha de pedir perdón y, acto seguido, inmolarse en público si se atreve a contratar empleados fijos, un grupo de empresas encabezado por Damm ha apostado por invertir para que un producto sobreviva. La acción inversora permitirá que unas 400 personas continúen trabajando para que Cacaolat no muera. El histórico batido de chocolate estaba condenado a la desaparición después de que la desesperada venta de acciones de la familia Ruiz-Mateos no hiciera otra cosa que airear la gran farsa de su entramado empresarial.

¿La rentabilidad y el atractivo de Cacaolat aumentarían si el responsable de su producción tuviera más facilidades para firmar contratos basura y despidos baratos? Parece obvio que no. Por eso quienes me transmiten falta de confianza es todo ese coro de supuestos emprendedores y sus mamporreros del PP, acompañados siempre por medios de comunicación en los que la copa de vino sobre la mesa ofrece una idea de cómo fluye el pensamiento de los contertulios. Son estos empresarios los que jamás transmitirán confianza, porque su mediocridad les mantiene alejados de todo aquello que sea sinónimo de investigar, innovar y mejorar. Están condenados al producto burbuja, que estalla y se desvanece ante el mínimo cambio de aires, y los mantiene aferrados a sus anhelos de mano de obra barata y de un solo uso.

martes, 20 de septiembre de 2011

Pixacampanes

Uno de los atractivos más alabados de los núcleos rurales es que en ellos el tiempo discurre huyendo del ritmo cronometrado de la ciudad. Por ello sorprende que sean los mismos pueblos los que reivindican el martilleo de sus campanarios, a razón de sesión de badajo cada quince minutos.

Ha sido el martillo de una sentencia el que de un solo golpe ha enfurecido a la vecindad (150 habitantes) de Sant Mori (Alt Empordà, Girona). Considera el tribunal que el tantán del campanario peturba el descanso de los clientes de un hotel medieval al sobrepasar el tope permitido de decibelios. Seguramente, en otras circunstancias de lejanía, al propietario del hotel -llevaba 11 años de litigio- se la habrían traído al pairo los decibelios o si la mismísima torre del campanario se derrumbaba como consecuencia de la vibración. Lo cierto es que el pueblo se ha declarado insumiso ante la sentencia. Desean la absurda constatación acústica de que las 3:15 AM son las tres y cuarto de la madrugada.

Hoy reivindico mi pequeña faceta de "pixapins" de ciudad -en El Prat (63.000 habitantes) también doblan las campanas cada hora- y sugiero activar la tecla "mute" para todos los campanarios, de día o de noche. Porque yo también me desquiciaría si me instalaran una campana 30 metros de casa. Pensad en un vecino tocahuevos que, por mucho que lo ignoraseis, os viniera a tocar el timbre cada cuarto de hora.

En tres relojes y sin necesidad de campanadas, veo que son las 14:25. Hora de comer.


jueves, 15 de septiembre de 2011

Contrato temporal en fraude, y que dure

Los dos grandes de la política española, PP y PSOE, reaparecen de nuevo juntos como los muñecos cutres que coronan la cima de la tarta de bodas. La patronal los ha vuelto a clavar en lo alto del pastel para que den luz verde en el Congreso a la reforma que permitirá encadenar contratos temporales a gusto del empresario.

El ridículo del autodenominado partido de izquierdas es doble. Primero, porque vuelven a destaparse como marionetas y no como gobernantes. Segundo, porque la reforma no sirve absolutamente para nada. El fraude de encadenar contratos temporales o de obra y servicio se inventó hace ya mucho tiempo. Y como fraude que es, está penalizado igualmente con indemnización de 45 días por año en caso de despido (los empresarios lo llaman "no renovación"). Por eso pueden estar tranquilos los que lleven 5, 8 o 14 años con contrato de obra y servicio en la misma empresa (o administración pública, partido, ONG, sindicato... que también los hay que contratan así).

Para que a uno lo contraten de forma temporal, tiene que existir un motivo justificado y demostrable. Si no, el contrato debe ser indefinido. A los empresarios esto les da mucho dolor de cabeza y bolsillo. Y en el PP, abiertamente más sensibles al llanto patronal, se han dado cuenta; por eso andan voceando que propondrán un modelo único de contrato. Así podrán decir que son el único partido que lucha por el contrato indefinido. Tramposos. Intentarán vendernos la falsa seguridad de un contrato indefinido (en el que lo único indefinido es el día que te van a echar) a cambio de rebajar la indemnización por despido.

Vistas las cartas, casi me quedo con los títeres del PSOE. Y que duren los contratos temporales en fraude. Cuando llegue el despido (perdón, empresarios, "no renovación"), ya exigiremos la indemnización por despido improcedente. Pero claro, la mayoría de trabajadores -como ocurre con los clientes de los bancos cuando estos les clavan una nueva comisión- no reclamarán. Y la estadística seguirá haciendo que el fraude, como la banca, siempre gane.

domingo, 26 de junio de 2011

El bonus Torrecilla

Hoy quiero recomendar a un teórico de la economía neocon cuyo valor tiende al alza cada miércoles, cuando se planta ante el micro de El món a RAC1. Se trata de Carles Torrecilla , profesor de ESADE. El tufillo liberal, aunque ingenioso, que destilaba en sus primeras intervenciones ha evolucionado a un hedor conservador que hará las delicias de la élite empresarial.

Le preguntaban a Torrecilla el miércoles pasado qué le parecía la idea de que las mutuas privadas tuvieran más poder para controlar el absentismo. El orgasmo neuronal del profesor tuvo que ser tremendo; solo acertó a responder: "¡Brutal!". Y a continuación expuso su lección magistral, que lógicamente iba mucho más allá. "De hecho, si un trabajador se ausenta, aunque sea justificado, su sueldo de ese día se debería repartir entre el resto de sus compañeros; ya verían cómo se reducirían las bajas". Sensacional. Traducido a los números prácticos, un trabajador mileurista -del mileurismo no habla demasiado el ilustre profesor- gana unos 40 euros brutos al día. En una empresa de 50 trabajadores, su ausencia reportaría la nada despreciable cantidad de 8 céntimos a cada uno de sus compañeros. Vamos, que estoy convencido de que el "bonus Torrecilla" sería acogido con júbilo por parte de la mayoría de trabajadores. Irían a trabajar aunque tuvieran un brazo y tres costillas rotos, no fuera a ser que el de la mesa de al lado pudiera pagarse un tercio de café de la máquina a costa de su parte de baja médica.

Otro día, el ilustre profesor se mostraba indignado por la importancia que le daba la gente al tiempo de desplazamiento cuando buscaba un trabajo. Aún espero una lección magistral suya sobre los ridículos e improductivos horarios partidos (ya saben, 9-13 y 16-20h y similares) que aún imperan en nuestro sistema laboral. Quizá si el horario habitual fuese de 8 a 16h, nos importaría un bledo desplazarnos 40 km cada día.

Torrecilla enseña cosas así en ESADE, buque insignia de las escuelas privadas de administración de empresas de Cataluña. Solo espero que el resto del profesorado no le siga demasiado la corriente. De no ser así, estaríamos ante una de las causas de que los futuros emprendedores del país sigan creando negocios improductivos. Y al Grupo Godó, propietario de la emisora RAC1, un consejo: cuidado, que si el señor Torrecilla sigue por estas lindes, lo mismo le hacen una buena oferta desde Intereconomía.

martes, 17 de mayo de 2011

15M, la guerra de las pequeñas batallas

Sacar 15.000 personas a la calle sin que algún equipo de fútbol haya ganado nada o sin que algún friqui de Gran Hermano necesite salvarse de una nominación es un gran mérito y una medicina necesaria en un país de masas serviles y aborregadas. Pero las primeras críticas al movimiento popular "Democracia real YA" hablan de la falta de objetivos concretos. No andan errados. Una declaración de principios es un buen comienzo, pero el enemigo a abatir es colosal, está instaurado desde hace décadas y cada vez más reforzado por quienes ostentan el poder legítimo. A un enemigo de estas características, como es el poder financiero salvaje y su intromisión en la política, solo se le puede plantar cara venciéndole en pequeñas batallas.

Si la gran corporación o empresa vive en gran parte de su imagen pública, hay que emprender acciones concretas destinadas a degradarla. Ejemplo: si los empleados de Zara hacen un promedio de 10 horas extras no pagadas a la semana, habrá que concentrar a esos miles de personas frente a las tiendas Zara más conocidas hasta conseguir que su actitud con los empleados cambie notablemente. Si queremos atacar los aberrantes turnos laborales partidos (9-14 y 17-20) habrá que seleccionar empresas con luces encendidas a partir de las 18h y concentrar a los manifestantes frente a ellas. La guerra se debe plantear como un efecto dominó. Es imposible derribar todas las fichas mirando el tablero desde arriba, pero pueden empezar a caer si localizamos la última y la empujamos con la fuerza necesaria.

La misma capacidad organizativa que se ha demostrado a través de las redes sociales debe servir ahora para localizar objetivos concretos, igual que en una guerra se localizan y derriban primero las antenas de comunicaciones, luego las centrales de suministro energético, luego las carreteras, etc.

Una estrategia planteada en forma de cadena inteligente de ataques y acciones contra la imagen pública de grandes corporaciones puede llegar a impactar de forma dolorosa sobre ellas. En cambio, el impacto desde una plaza céntrica puede llegar a ser reiterativo, cansino, difuso y, por tanto, ineficaz a la larga.