Cada segundo cuenta, hasta para degustar una deliciosa sopa en medio del frío otoñal. Cuando era pequeño, cuando la sopa de mi madre aún permanecía casi en ebullición una vez servida en el plato, las alternativas eran bien simples: soplar o esperar. Ahora, la firma de pastas Gallo, adhiriéndose al movimiento de estupidización alimentaria infantil iniciado hace años por inventos como la "baticao", regala una cucharilla con una suerte de minifuelle adosado al mango, no sea que al frágil mocoso se le agrieten los labios al soplar levemente sobre la cucharilla o -lo peor de todo- incordie el sosiego familiar al grito de "¡Mamáaaa -o "papáaaaa", que hay que promover la igualdad-, quemaaaa!".
Pero ojo, que el público objetivo -eso que los publicistas llaman target- de la estupidización alimentaria no sólo son los niños. Hace tiempo me sorprendí al ver las cuñas de queso de toda la vida ya precortadas con precisión milimétrica dentro de su envase. Ni un minuto, como decía, hay que perder, tampoco en degustar un queso. Lonchas todas iguales, como si hubieran salido de un software editor de lonchas tras aplicar ad infinitum los comandos copiar y pegar. Copiar, pegar, comprar, gastar, no pensar...
Agárrense, porque cuando vean la luz los alimentos premasticados, por fin estaremos más cerca del siguiente eslabón en la evolución: el paso de humanos a bovinos rumiantes.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo, a este ritmo los niños van a volverse gilipollas. A riesgo de parecer la abuela cebolleta, nosotros nos hemos dejado las rodillas en parques infantiles que parecían de la Inquisición, pero eso nos ha hecho más fuertes. Si ya no les dejamos ni soplar la sopa, pues qué será de ellos.
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