"El mercado de trabajo necesita más reformas"; "la situación actual no genera confianza";
"hay que dar facilidades a los emprendedores para animarlos a invertir"; "cuanto más fácil sea despedir más fácil será contratar"... La retahíla puede ser interminable. Pero siempre llega el día en que los hechos superan la ficción apocalíptica que los sectores más conservadores de la política y la empresa nos quieren implantar aprovechando la crisis.
En estos tiempos en los que parece que un empresario ha de pedir perdón y, acto seguido, inmolarse en público si se atreve a contratar empleados fijos, un grupo de empresas encabezado por Damm ha apostado por invertir para que un producto sobreviva. La acción inversora permitirá que unas 400 personas continúen trabajando para que Cacaolat no muera. El histórico batido de chocolate estaba condenado a la desaparición después de que la desesperada venta de acciones de la familia Ruiz-Mateos no hiciera otra cosa que airear la gran farsa de su entramado empresarial.
¿La rentabilidad y el atractivo de Cacaolat aumentarían si el responsable de su producción tuviera más facilidades para firmar contratos basura y despidos baratos? Parece obvio que no. Por eso quienes me transmiten falta de confianza es todo ese coro de supuestos emprendedores y sus mamporreros del PP, acompañados siempre por medios de comunicación en los que la copa de vino sobre la mesa ofrece una idea de cómo fluye el pensamiento de los contertulios. Son estos empresarios los que jamás transmitirán confianza, porque su mediocridad les mantiene alejados de todo aquello que sea sinónimo de investigar, innovar y mejorar. Están condenados al producto burbuja, que estalla y se desvanece ante el mínimo cambio de aires, y los mantiene aferrados a sus anhelos de mano de obra barata y de un solo uso.